martes, 14 de julio de 2009


He conocido demasiados muertos en mi vida, muchos de ellos eran amigos mios, personas que gozaban de mi confianza. Otros solo eran marionetas que el destino había interpuesto en mi camino. No podía vivir con sus estupideces. Así que un día decidí poner punto final a esa situación. Fue entonces cuando descubrí el placer de matar. La primera vez que lo hice dudaba de hacerlo, pero fue hermoso, sublime. Una sensación sobrenatural. Desde entonces he buscado formas distintas para cobrarme la vida de esos seres repugnantes. Desde simples torturas hasta el peor de los castigos. Pero siempre sangrientos. Lento, doloroso. Sus quejidos y suplicas son música para mis oidos. Al final guardo sus ojos y sus corazones como trofeos. Y me voy comiendo una a una todas sus visceras. Hasta que no quede sino los desperdicios de sus miserables vidas. La parte más bella es deshacerme de sus restos. Pasan imperceptibles. Y solo con el tiempo notan su ausencia. Son muertos que al final no le importan a nadie. Solo a mi. Hermosos recuerdos de mis guerras ganadas o perdidas. Porque la verdad, no me importa si gano o pierdo. Siempre cargo un muerto conmigo, y ese, señoras y señores es mi victoria personal.

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